viernes, 25 de enero de 2013

El cante de Baljic


Dio tanto el cante que decidió hacer de un fracaso, su profesión. Elvir Baljic iba a ser el single promocional del Real Madrid de John Benjamin Toshack, la tonadilla que resumiera el potencial de aquel equipo, el estribillo que competiría con el mismísimo himno blanco. Sin embargo, fue una nota que ya no es que desentonara, es que el gallo que salió era como un chillido de dolor de un cerdo.
Cuando se abonan unos 20 millones de euros (3.000 millones de pesetas de la época), se espera una estrella asombrosa. Porque no hay que olvidar que, hasta la llegada de Nicolas Anelka, Baljic fue el fichaje más caro del Madrid, superando a Pedja Mijatovic.
El mercado futbolístico se asemeja a los contratos de las discográficas con sus artistas: se pone encima de la mesa un buen puñado de billetes morados porque el rendimiento será extraordinario. Si no, la hecatombe tendrá connotaciones bíblicas. Y eso fue lo que sucedió cuando, en 1999, se abonó esa cantidad de dinero tan infame por una estrella del Fenerbahçe turco.
Se quiso hacer creer que contaba con la pose de Mijatovic, el gol de Suker y la zurda de Rivaldo. Un adonis que en verdad era un engendro. Toshack reclamó al jugador en un verano de pocos aciertos y muchos desastres en el apartado de fichajes: Geremi, Julio César y Congo también vistieron como madridistas aquel verano que parecía anticiparse al fin del mundo, que nunca llegó, de 2000. Desastroso.
Se firmó por oídas, vídeos y, por lo que podría pensar alguno, con los ojos cerrados y una taja alcohólica monumental. Baljic fue, con diferencia por su elevado coste, el gran refuerzo… y el gran fraude. Bien es cierto que sufrió una rotura de ligamentos, con el tiempo que supone su recuperación, pero ya desde el primer instante se veía que de crack, nada. Seguramente sus compañeros ya le iban avisando de que, si seguía afinando las cuerdas vocales en la ducha y no sus cualidades futbolísticas en el campo, triunfaría en el mundo.
Un mísero gol con el Madrid y una risotada tras otra de los rivales fueron los avales para que, en cuanto Vicente del Bosque entró en el vestuario blanco, le enviaran cedido al Rayo Vallecano. El trompazo fue peor que el de un skater sin casco en unas obras. No volvió a ser el mismo Baljic, quien no tenía ninguna culpa del estropicio que causaron otros. Bastante tuvo con superar la presión que tienen aquellos a los que visten de figuras con el peso del vil metal. Algo falló, desde su petición, su negociación, su llegada y su juego. Algo no, todo. En fin, que el bosnio se marchó de nuevo a Turquía para jugar en escuadras como el Galatasaray y otras menos glamurosas hasta que, en 2007, decidió hacer lo que hizo en Madrid: dar el cante. Y ahí está, con su melena, sus gafas de sol y su pose de dandi. Porque al final, y aunque le costara, encontró su verdadero don. 

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