viernes, 25 de enero de 2013

Prosi, ¿Tienes fuego?


Allí estaba, celebrando la victoria, relajado, distendido, rodeado de amables conocidos y también desconocidos. Eran aquellos días felices en los que uno podía encender un cigarrillo donde le diera la real gana. Y tan a gusto se encontraba que decidió llenar sus pulmones de nicotina, como de costumbre. Hasta que, sorpresa, aparece una cámara y zasca, le pilla con el pitillo en la boca.

Por aquellos días, el gesto de Robert Prosinecki era poco menos que tabú. Un futbolista, ideario fantástico del deportista triunfal, inhalando y expulsando aires sucios. Pero los había, los hay y los habrá. Y tienen resistencia física. Si alguno adora la fiesta más que el balón, ¿cómo no va a haber amantes de la nicotina por muy caros que vayan los paquetes?
Se dice, se comenta, se confirma, se desmiente, que Prosinecki en sus años mozos era capaz de meterse entre garganta y pulmón dos cajetillas diarias, pero nadie especifica de qué marca. Tendría su gracia que fuera tabaco negro, de liar, o que incluso se dejara ver con una pipa en una fiesta impresionante con mujeres por doquier. Sólo le faltaría el batín y preguntar dónde está el jacuzzi. En un anuncio publicitario desprendió esa imagen, atada a su mito.
Mejor quedarse con el personal que no con el profesional. Podría haber ganado un Mundial, besado más Balones de Oro que Messi y consagrarse como uno de los mejores futbolistas de la historia. Pero no. Prosinecki era Lesionecki (y luego Prosikito y sus parodias de sus lesiones y cacareadas fiestas privadas). Logró una Copa de Europa con el Estrella Roja, firmó por el Real Madrid por 1.000 millones de pesetas (seis millones de euros) pero sólo logró 21 goles en seis temporadas que pasó en España entre el cuadro blanco, el Oviedo, el Barcelona (petición expresa de Johan Cruyff tras una jugada maestra para que rescindiera con el Madrid) y Sevilla. Salvo en la escuadra asturiana, en el resto su recuerdo es como una calada que se atraganta y entra por donde no debe.
Curiosamente, Prosinecki siempre tuvo una delicadeza: si alguien le pedía hacerse una foto con él mientras fumaba, escondía el cigarrillo o lo apagaba. Pero nunca, jamás, negó su vicio: “Sé que no es bueno para el deportista, pero me relaja. Es el único vicio que tengo”.   

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