El nuevo entrenador del Betis siempre ha aplicado formas de entrenamiento que han llamado la atención. Con ellas salvó al Villarreal, lo clasificó para la Champions pero también lo dejó en la zona baja de la Liga. Tras su paso por el Brujas, quiere demostrar que su método es correcto.
Foto: www.juancarlosgarrido.com |
“Ahora pueden beber”. Los
jugadores del Villarreal se miraban entre sí, estupefactos. Ernesto Valverde se
acababa de despedir en rueda de prensa y, mientras tanto, Juan Carlos Garrido
estaba dirigiendo su primera sesión al frente del equipo. Les trataba de usted,
con frialdad, distancia, marcando las pautas desde los ejercicios a los
momentos para coger aire y tomar una bebida isotónica.
Muchos no daban crédito. Pero no quedaba otra que confiar en el que fue entrenador
del filial, con el que logró un ascenso a Tercera División, disputó una
promoción de ascenso, mantuvo a los chicos en Segunda B y hasta los ascendió a
Segunda. Allí, con un grupo hecho a base de talonario y confiando en algunas
perlas de la cantera, consiguió ser uno de los grupos más homogéneos, compactos
y con mejor fútbol. Aunque sobre ese éxito siempre planean las incógnitas. Se especula constantemente acerca de que la erosión de confianza entre Garrido y Valverde vendría por no ceder jugadores del filial al primer equipo, amén de su influencia por aquellos días en la cúpula del club.
En el primer equipo, Garrido quiso
implantar los métodos que llevaron a Pep Guardiola a la gloria en el Barcelona.
Desayunos con los jugadores antes de los entrenamientos, horarios establecidos,
comidas controladas. Disciplina. El Villarreal nunca ha sido el Barça. Y
viceversa. Y así, muchas más comparaciones.
El entrenador tiró del pasado
para conseguir que el equipo, que no encontraba acomodo con el ideario de
Valverde, recuperara su esencia. No era complicado. Ese mismo bloque había
brillado meses antes con Manuel Pellegrini, era cuestión de apostar por las
mismas ideas. Así, el Villarreal pasó de mirar de reojo el descenso, a obtener
una plaza europea a costa de una denuncia contra el Mallorca presentada ante la
UEFA.
Hubo limpieza en el equipo,
curiosamente con algunos jugadores que no estaban de acuerdo con sus ideas. El
Villarreal, jugando como lo hacía con Pellegrini, sin demasiadas novedades,
obtuvo la cuarta plaza y se llegó a clasificar para las semifinales de la Liga
Europa, aunque el Oporto de Falcao evitó que llegara a la final. Cuarto en la Liga, volvió a disputar la Champions con el grueso del equipo que ya había brillado anteriormente. Ahí comenzó el
final.
El club se vio abocado a
traspasar a Cazorla, su buque insignia, al Málaga. Y las contrataciones no
fueron precisamente del mismo nivel. Tras un penoso paso por la Liga de
Campeones, Garrido no encontraba la forma de encauzar al grupo. Llegó a reunir
a los jugadores en una concentración, repartiendo papeles para que cada uno
expusiera qué sucedía y cómo se podía solventar aquel desastre. Ahí, perdió el
norte. Luego, el trabajo.
Cuenta Garrido, quien suele
absorber todo aquello que ve y lo aplica con tino, que en Bélgica aprendió a
que los jugadores empatizaran con la grada. Para ello, cuando el Betis finaliza
sus partidos, los futbolistas deben ir al centro del campo a escuchar qué dice
la grada. Sea bueno o malo. Así fue en el Brujas. Pero el Brujas no es el
Betis. Y viceversa. Aunque su reto será salvar a los verdiblancos como hiciera con los amarillos. Con sus métodos.
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